jueves, 19 de julio de 2012

"KONFESIONES SIN SAL"

        a los colegas que me han dado parte de su ánimo. Ellos saben quien son. A las enfermeras y doctores del Hospital de Bellvitge.




       “… y me acordé de Dios, de mi antigua esperanza
      de que acaso existiera...Sólo tengo la esperanza
      de que exista.”
                                                              M. Benedetti.




     Hay para todo una primera vez.

    Cuando supe que tenía que parar de consumirla mi mundo se hizo ploffff. Ingresaba en el Hospital de Bellvitge casi desnutrido. Un exceso de ella me estaba matando y yo sin saberlo. Anímicamente me encontraba muy cansado y le echaba la culpa a la tristeza de mi última ráfaga... y así, un tanto alicaído, iba batallando entre mis días; aunque yo sabía desde adentro, que algo dentro no iba bien.

    Hay para todo una primera vez.

   Cuando llegó el día de mi ingreso, fui con mi mejor amigo al Hospital y allí me dejaron. Yo me quedaba contento para disfrutar de la experiencia, aunque mi amigo luego me confesó que ese momento le había partido el corazón. En el mío algo sonrió. Lo sentí por él.
    Sonreía pues para mi era la primera vez que iba a estar hospitalizado, y esa novedad sumada el hecho de que en teoría saldría de allí mejor, me ilusionaba. Jugaba con la suerte de tener gente cercana que había pasado por situaciones similares y habían salido a flote. Eso me daba aun mas ilusión. Las mismas con las que afronté el ingreso desde el primer día. Y dándole la vuelta a mi cabeza cuando llegaban las agujas, o degustando puntuales e insípidos manjares fui ese niño pequeño, convalesciente, sumiso y obediente que rezaba en silencio porque todo saliera bien y que bajaba a la zona wiffi del hospital, andando por las escaleras, sin tubos ni titubeos (thanks God) para conectarse a hurtadillas con el mundo.

   Tenía exceso de K en el cuerpo, y eso había que remediarlo.

   El potasio, o sea K (jajaja... te pillé) es una sustancia que tenemos todos en el organismo y que necesitamos para un buen funcionamiento, pero en exceso inhabilita poco a poco las funciones de los riñones. En mi caso, uno de los susodichos estaba hecho un cristo y había que ir a por su resurrección. Llegué ese miércoles al hospital muy delgado, alicaído, impaciente. Hoy comparo mi cara de hace unas semanas con la actual y es otra. La de hoy: saneada y tuneada, como la de ayer. Era consciente de que en mi último año mi masa corporal se había reducido, pero no era consciente de cuánto.

   Entonces se mascó la tragedia.

   Cuando el doctor se acercó la mañana del jueves a decirme que tenía que reducir la sal en las comidas me vino a la mente una imagen (real, realísima) de mis cenas en casa con el salero presidiendo la mesa, haciendo uso y gala de él cual maracas de Machín. Reconozco que comía con exceso de sal. A eso se le sumaba que yo, por mi negra genética, engullía de todo, pues -supuestamente- nada me engordaba. Hacía ab-uso de lo inabusable. (Entono desde aquí mi mea culpa...) Y si a eso le adicionamos que este muñeco ya no es un babe elaboramos un explosivo cóctel que por algún sitio tenía que salir. En mi caso eligió a uno de mis riñones y una sobredosis de potasio me dejó enclaustrado cerca de dos meses lleno de apatía, desgana, sin libido y con mal humor vegetando en las paredes de mi habitación.

     - ”Suerte que llegué a tiempo”, dijeron los doctores, “a ver que se puede hacer”.

   Y yo recé

   Los días en el hospital los recuerdo bien, pues al no estar entubado me daba mis relajantes y largos paseos. Un día descubrí que algunos enfermeros tenían el mismo pijama azul que me dieron al llegar. Y con mi abrigo por encima (disfrazado de enfermero para despistar) hacía mis largas excursiones hasta la cafetería, o iba a fumarme un cigarrillo a las afueras del hospital. Tuve suerte, pues en mi estancia sólo una biopsia, un par de transfusiones de sangre, mucho suero fisiológico y analíticas por un tubo (casi every day) fue lo que le cayó a mi cuerpo. Consideré a los doctores como amigos disfrutando de la experiencia de la primera vez. He de confesar que la idea de cirugías y diálisis me aterraba. Tenía la suerte de un compi de habitación al que le habían trasplantado un riñón y llevaba casi toda la vida en los hospitales. Me servía de apoyo, bálsamo y consuelo cuando yo le preguntaba lo que era una biopsia, una diálisis, y él en su gitaneo me lo explicaba mientras yo, implorando, iba superando mis miedos.

   Llegué a tiempo, dijeron los doctores, y eso calificaba mi experiencia como positiva -aun dentro de la gravedad-.

   Tuve suerte pues en los nueve días que estuve de “desintoxicación” mi riñón se recuperó y no hubo que ir a más. Y fue gracias a unos sobres de un polvo con olor avainillado, rictus de cemento y muy mal sabor que me daban 4 veces al día. Resin Calcio se llamaban. Sobres que estreñían una barbaridad pero a los que he de agradecerle el haberme dejado tan bien. También tuvo la culpa de mi mejoría el aprender a comer sin sal, había que acatar, como el niño que aprende una canción de cuna que no debe olvidar nunca jamás. Eché mucho de menos el olor de mi madre. Al igual que uno de mis riñones, ahora le necesitaba al cien por cien.
   Cuando el doctor se acercó aquel jueves a la habitación 39, y me dijo que no fuera tan salao' me volví ácido. Agridulce tristeza inundó mi estómago, y la dulzura de mi experiencia tendió a la hipertensión. Mis jugos gástricos se amargaron aun más... pero había que obedecer. Recé para que se adaptara mi paladar, y también lo hice cada vez que puntualmente llegaba a mi cama la bandeja azul. La hora de la comida o cena se hicieron querer. La esperaba como espera un diabético una tarta de fresa. Gula. Me lo comía todo. Aprendí a devorar. Tragaba imaginando que todo estaba salado y delicioso. Era mi principal objetivo recuperar la alegría y subir de peso. Y todo esto al mejor de los precios: comer, engullir, zampar y tras ingerir volver a comer. Quería ser un bear.
    Devoré todo. También las horas: pensando, organizando, eligiendo, simplemente viajando... Y descansé mucho esas sanas noches aunque las enfermeras lo intentaran impedir irrumpiendo cada quince minutos en mi habitación a por algo diferente. Conciliar el sueño es una tarea difícil en un hospital. Llegué a pensar que me expiaban y cuando mis párpados iban emborrachándose de gustera, llegaban ellas (sin avisar aunque muy atentas) a darme las pastillas de la noche, la merienda, tomarme la tensión, o a premiarme con otro de los intragables sobres de Resin Calcio. Lo increíble es que no paré de soñar. Una noche con una pizza enorme (serían las ganas); otro día con Messi (nos amábamos. Era un amor de película, en las gradas de un partido. Habían paparazzis. El me besaba sin importarle los flashes, yo me dejaba querer. Era mi chico 10 … luego desperté y ahora lo veo con otros ojos). En otra de mis siestas me vi junto a Paquirrin comiendo empanadillas en una plaza de Sevilla... y todo ésto sin doparme aun. Le quise echar la culpa a la medicación, pero no creo que aquel sobre me indujera a tanta paranoia. Me alegraba haber recuperado el poder de los sueños pues me levantaba creyendo en la veracidad de ellos. Volvía a soñar.

    Y con los dedos cruzados, rezando, comencé a verme vestido de futuro.

    Al cabo de unos días ya no podía aguantar tanta sosedad. Entonces, disfrazado de enfermero salí del hospital y fui a la cafetería exterior. Me compré una porción de tarta de Santiago y un bocadillo de atún (que luego engullí en mi habitación a escondidas) sin antes pedirle a la camarera unos sobres de sal que estuvieron acompañándome en la primera gaveta de mi habitación, camuflados entre mis enseres, para darle un poco de consistencia a mis ya exquisitas festines. No abusaba de ella. Sólo una pizca de una pizca. Eso sí, repetí mi paseo a la cafetería day by day. A las 7 de la tarde, lo recuerdo bien. Ya comenzaba a no soportar estar todo el día postrado en la cama de la habitación mirando la tele. Algo dentro estaba cambiando.

   Cuando el doctor se acercó a mi cama aquel viernes a decirme que esa misma tarde me iría, yo fui toda alegría. “Tu riñón se ha recuperado”, dijo esbozando una estilosa sonrisa. “No está del todo bien pero tratándolo con buena alimentación puede sanearse sin recurrir a la diálisis. Así que ahora a cuidarse... y a reducir la sal. Luego pasará la nutricionista y te hará una dieta.”
   Sonreí. Nunca me había puesto a dieta pero había para todo una primera vez. Sentía que mi cuerpo se hallaba fuerte, notaba haber subido de peso y lo comprobé cuando al pesarme descubrí que había aumentado cuatro kilos. Siendo obediente me había llenado de energía. Recé porque alguien había escuchado mis rezos y comencé a vestirme para volver a “mi” ciudad. Miré hacia la ventana. Afuera el sol era una provocación, y eso me provocaba. Salir de allí con aquel buen tiempo hacía que me sintiera como un pajarito acabado de nacer, pichón estrenando nuevas alas, animado, caliente y buenhumorado. Tenía ganas de hacer cosas. Era primavera en mí, y la necesitaba después de un año gélidamente gris.
   Y mensajee a mis amigos para hacerles partícipe de mi felicidad. Me habían quitado la sal en mis comidas pero me había endulzado la amistad. Aprendí en esos nueve días a corresponder a los míos y me juré quererles más, pues en situaciones como éstas es cuando ves los que realmente están en tu misma contienda. Hay que dar para recibir...Y era el momento de dejar de ser el chico desaborido que afrontaba los problemas desde la soledad. Quería aprender a contar con ellos y eso contaba. Me sentía vivo.
   Pasaron también por mi habitación 39 ellas: mis musas. De echo este escrito nació allí, en aquellas “horas muertas” que me estaban dando vida. Y me sorprendí con la creatividad asomada al balcón de mis atardeceres escribiendo sin la ayuda de aquel porrito que las atrapaba. Eso fue satisfacción pues me gustaba esa sana aventura. Crucial fue para mi experiencia el no perder el sentido del humor. Cuando llegué aquel miércoles pensé en él como el primer paso hacia la cura, y él hizo lo suyo filtreando, sin sosiego, con mi positividad.

   Cuando el doctor se acercó a mi cama y me dijo que filmara el alta médica sus palabras se hicieron oración. Estar hospitalizado esos días habían sido mi mejor psicólogo, impagable terapia y la tabla de salvación para salir de donde anímicamente estaba. Este coche necesitaba piezas nuevas. Me habían cambiado el chasis, ahora faltaba una buena chapistería y su mantenimiento. Sólo era el primer paso con el que descubría lo poco vulnerables que somos. No somos superhéroes.

   Reconozco que en un principio me deslumbraba la idea de estar hospitalizado. Hay para todo una primera vez. Como experiencia ha sido positiva. Una positiva puesta a punto. Pero punto! Lección aprendida. Escuchada alerta. Y ·aprehendida” la e-lección espero que sea la última vez, para arrancar de lo último de mi escala de valores el sitio donde había dejado mi salud. Consideraré aquello de que “los últimos serán los primeros” y cuidaré más de mí. Seguiré haciendo mis manjares en casa, aunque la sal me odie al no querer tocarla.

   Salí del hospital como quien sale de la ITV, con el sol tonificando mi cara, paso ligero y con una sonrisa que, saliendo de dentro, y se asomaba, casi virgen, a mi boca.
   Frente al cartel del metro el sol manchó mi cara, y al mirarme en el reflejo me encontré. Volvía a ser yo.
   Compré un nuevo billete pues el anterior ya lo había agotado y corrí cuando llegó la bestia de hierro como quien va a montar una montaña rusa, con mi mochila y mis medicamentos, y pensando que siempre que es la primera vez de algo, hay para otro algo una última vez.



JAVIER BRAVO.
Barcelona, 22 de marzo de 2012




"DESDE LA DELGADEZ, FRIVOLITÉ"


     Desgraciadamente, en los últimos meses mi vida no ha sido más que una espiral de acontecimientos y hechos inesperados que van del gris al flúor. A pesar de la falta de color (parece que las desgracias nunca vienen solas), la positividad de la que siempre hice timón salía a flote y seguía viviendo con una sonrisa entre los labios.

    Aprendí a superar una pérdida. Aprendí que la vida son dos días y por consiguiente, a vivir el día de hoy como si el último fuese. Aprendía a quererme más. Hasta un viernes de mayo en que el dolor hizo su estelar aparición y contaminó mi cuerpo, dejándome postrado todo un fin de semana en el viejo sofá de mi rota habitación. El dolor no llegó sólo. Venía acompañado de unas fiebres sin nombre, de una incertidumbre sobre lo que me pasaba, de un sopor verdadero. Llegado el domingo el sofá estaba empapado, y en él, en forma de sudor, encharcados reinaban varios quilos de mi cuerpo.
   A partir de ese instante comencé a vivir (y sentir) desde la delgadez.
   La líbido no estaba invitada a la función, y con un portazo seco, nada húmedo, dio media vuelta y desapareció. Yo, orgulloso y confuso no tuve más remedio que aprender a vivir sin demasiado sexo. Pero aries al fin, cabra, miraba siempre al monte, y para allí tiraba. Entonces, el sexo, como alguien que entreabre muy poco una puerta para dejar entrar el mínimo rayo de luz, discretamente llegaba a mí dejándome ver, desde un bando completamente desconocido (el de la delgadez) los toros y su cortejo. Aprendí a mirar por dentro, desde lejos. De echo, y puede que fuera por mi transparencia, lo toros apenas me veían. Era como si en el mercado del ligoteo me hubiese vuelto invisible, me hubieran quitado el crédito. Algunas bestias conocidas me miraban, sonreían y venían hacia mí mugiendo las tres palabras mágicas que ya se habían convertido en mi sino: “¿qué delgado estás?”. Cuando las mencionaban mi sonrisa se tornaba anoréxica.
   Pero no me rendí.


   Empecé a buscar lo positivo de mi nueva complexión y vi que tenía una oportunidad de oro ubicándome en el terreno contrario al que siempre estuve (el de los cachas que -casi- todo lo pueden) y reflexionando acerca de la frivolité en la que nos movemos donde, desgraciadamente, unos buenos pectorales y unos alimentados bíceps hacen que suba tu caché, tu autoestima, tus posibilidades de éxito. Me dedique a observar y lo que vi no gustó. No era de “los elegidos”. Seguí viviendo.

    Luego, con el tiempo (mágico sanador) apareció un nuevo trabajo en forma de tabla de salvación y aun floto en la alegría que hoy me da. Es recíproco. Nos queremos. Las cosas malas han comenzado a desparecer y poco a poco va aterrizando en mi cuerpo la alegría.
    Un día os contaré otra historia. La mía en el lado contrario, donde siempre estuve, el de los chulos de buen cuerpo y al que me da angustia regresar. Pero para eso necesito volver al gimnasio. El próximo martes es el día. Reconozco que hay pereza, pero tengo que hacerlo. Me miento diciendo que es sólo por salud y me doy ánimos pensando en aquellos toros que no me han visto este tiempo teniéndome delante, y que querrán volver a tener su San Fermín cuando vuelva mi pecho a ser almohada y mis bíceps se luzcan como piedras. Y se que caeré en la tentación, que querré probar el burladero como el toro bravo que no entiende un no.
    Y perdonaré, con lección aprendida.
    Sin dudas somos bestias.
    Desgraciadamente Muuuuuu!!!!



JAVIER BRAVO.
Barcelona, 26 de agosto de 2011.


"PARECE QUE SE ASOMA EL SOL"




Parece que se asoma el sol
después de tanta nube enfurecida.
Calienta y me llega su bravura,
quizás fue necesario aquel ciclón.
Lo fuerte es que desde que escampó
detrás de aquellos truenos que partían
mi cielo se ha hizo todo simpatía,
el arcoiris ganó en entonación.
Agradezco hoy tener mis días llenos
y no aquella neblina donde yo
vegetaba en las horas y a mi aire
premiaba con dudosa polución.
El sol vine radiante para lento,
sus rayos sonrien si rozan mi armazón.
Siento que haya pasado aquel ciclón.
El aire sigue húmedo a diario.


JAVIER BRAVO.
Barcelona, 12 de mayo de 2011.

"LA DIFERENCIA ENTRE EL PUNTO Y SEGUIDO Y EL PU(n)TO FINAL"




“A los treinta y seis años

ya sólo me interesa ser amor.”
J. A. González Iglesias.



Ahora
quiero viajar,
quiero hacer cosas nuevas,
quiero atreverme con el yoga,
quiero aprender a conducir,
quiero triunfar en el mercado porno americano,
quiero buscar nuevos teoremas al amor,
quiero el amor,
quiero ser el envidiado de la clase,
quiero hacerme una limpieza espiritual,
quiero engordar algunos quilos,
quiero tatuarme más,
quiero vivir bien,
quiero tener dinero en la cartilla,
quiero mutar,
quiero el punto y final en mi novela,
quiero verla editada,
quiero tener un perro,
quiero quererme,
quiero un achuchón de mis padres (aquí o allá),
quiero inéditos amantes,
quiero sonreír con los cinco sentidos,
quiero abstinencia en ciertos utensilios,
quiero no querer fumar,
quiero un cambio de look,
quiero el show del directo,
quiero perderme dentro de una montaña,
quiero pintar mi piso,
quiero desayunar bien,
quiero avanzar.



JAVIER BRAVO.
Barcelona, 5 de abril de 2011
(que año!)

jueves, 28 de octubre de 2010

"LA ESTRATEGIA Y LA TÁCTICA"



va por Benedetti, amaestrando el amor.
Maestro.


La certera estrategia es relegar sus besos,
hacerle ver que ausente estoy mejor,
hallarme sordo al tono de su voz,
admirarlo y mirarlo de soslayo.

La estrategia sería levantar el telón,
crear un personaje bien distante
con otra piel, con callos, cual farsante
negarle que me muero por su olor.

La estrategia no va en diminutivos,
es grande y fría como esta operación
que planea con mucha discreción
colarme de puntilla en sus mañanas.

No es la estrategia beber manso en su mano
ni bailar en su agua algún vals.
En el fondo del lago él va a encontrar
la perla que haga rico su trabajo.

No es provocar piropos estrategas,
y si llegan ser duro como el pan
regalándole enumeradas migas;
que nunca el triunfo vea en tu mirar.

La táctica es, en cambio,
consistente y muy simple.

Mi táctica
es quererme muy mucho para dejar entrar
y una vez recostados, en la sala de estar,
derretido por dentro,
decirle buenas noches muy fiel a mi estrategia,
que en la alcoba contigua le escuche suspirar.
Y en una noche oscura, con truenos incluidos,
él me toque la puerta
y le deje pasar.

JAVIER BRAVO.
Barcelona, 27 de octubre de 2010.

jueves, 26 de agosto de 2010

"SOY LA LECHE"


(monólogo monótono en circuito)


Ufff.
Fue lo más haber hecho la reserva del hotel desde el invierno pasado. El nuevo Axel, más amplio, más rosa, máximo “confort” para unos días que sobre ante todo tenían que ser con-for-ta-bles. Súper... De no ser así me hubiese sido imposible pagar la millonada que estaban pidiendo los hoteles por aquellas fechas en que Barcelona se vestía de gala y olisqueaba dólares por doquier. Dólares que nosotros, supuestamente sobrados de ellos nos dejábamos sin miramientos a cambio de un buen musicón, chulos a mansalva y varias opciones variopintas para nunca escuchar el “Last Dance”. La ciudad Condal hacía su agosto y agosto, ilusionado, se dejaba querer. Ella amariconada y organizadora, maga, total, friendly. Agosto endemoniadamente caluroso.
Dos sesiones de bótox, el nuevo bolso de Louis Vuitton y un ciclo de los efectivos bastaron para convertirme en el chulazo que Barcelona demandaba, y una vez reposada la idea en mi mente me puse manos a la obra. Comencé en febrero currándome el cuerpo, siempre ayudado de algo de química que esta vez había obrado tan bien que era ya todo un Adonis. Flipaba. Gracias a Dios y a esas inyecciones me convertí en un gay moderno y bailongo que acude servilmente a festivales de música electrónica donde el ligar esta muy bien ligado y donde nos llevamos victorias y elegías al bolsillo liándonons entre nos, desde la madurez. Recuerdo mi bolsillo, era el de un Cavalli, que tembló de alegría cuando aterrizó en él la pulsera del festival. Me vi de punta en blanco en todos los eventos, modelito a estrenar para cada ocasión. Mmmmm. ¡¡¡Que marha!!! Echaría fuego mi Manhunt... Con mi nuevo look y mis nuevas fotos Barcelona iba a temblar. ¡¡Olé!! Sólo el primer día que las colgué (y aun estaba en el pueblo) tuve más de 800 visitas. De imaginar la sensación y el revuelo en la red se me hacía la picha un lio. Iría bien cargado de condones...(the world is mine) y de ganas. ¡¡¡Toma ya!!!
Recorrería muchos kilómetros para darme tal homenaje. Este cuerpo que en mi Bilbao: pasto de gusanos iba a saber lo que era conquistar una tierra extraña. Nadie es profeta en su tierra... ¿no es así el refrán? ¿Por donde iba?.... Dicen que ahora parezco más masculino. La verdad es que desde que dejé de depilarme el pecho y decora mi cara una barba de tres días tengo una laaarga lista de pretendientes. Quizás es porque ahora lo valgo. Jajajaja.. Creo que es que he aprendido a no aparentar la loca que sometimes I am.... Sé de más de uno que se quedará muerta cuando me vea y querrá repetir lo que una vez bautizó cómo un polvo normal con un chico aun más normal. La única diferencia es que hoy me he esculpido en este machote, con un nuevo tatuaje en la espalda donde se lee perfectamente “fuck you”. ¿Sabes inglés no?... Esperaré a encontrármelos en la sauna Casanova (qué cola, qué calor, qué nivel Maribel, qué color, qué mareo, ¿algún activo?) y allí decidiré que hacer con mis víctimas. Prefiero no adelantarme y decir “de esta agua no beberé” o “esta polla no me cabe”. Todas caben. Te lo digo yo y mi experiencia... No se si seré más masculino, pero lo que si noto es que mis inseguridades me han vuelto más seguras desde que descubrí hace un año en este festival del amor que cada roto tiene su descosido. ¡¡¡Lo que pude ligar, madre mía!!! Go, go, go, and dance Y eso que no era lo que hoy soy.... Pero también ví que una buena imagen me abría las puertas del paraíso, y éso era lo único que necesitaba para confiar en mi. Puertas abiertas de par en par. Pa-ra-í-so. Por una vez en la vida tenía una motivación. Fue en ese momento en que decidí hacerme este tatoo (¿a que es lo más?) y donde me juré regresar cada verano a esta capital de la alegría, del consumo, de millares de tíos buenorros con su consecutiva adicción. I Love Barcelona. I love Pura vida.
El Water Park se salío. ¿Cómo me pueden gustar tanto las masificaciones ahora que ya no soy lo que se dice un niñato? Aquella masa hinchada de euforia, anabolizada, me hacía revivir una segunda juventud, casi mucho mejor que la primera. Fue lo más, mágico, aunque el tiempo amenazaba constantemente con aguarnos el convite. El poco sol fue el mismo para todos. Fui parte de “la masa” una vez más. Hombre no.... con aquella Isla Fantasía que parecía un casting para un anuncio de Benetton... y el Razzmataz del jueves noche, menudo cancaneo, y La Atlántida que? donde me encontré una gorra del Circuit, ideal, que ya nunca se despega de mi nuca. Conocí a La Takones, a la Mercu, a tres porn stars, a un ex triunfito y hasta entré en dos ocasiones en la lista de Pepito Pérez, el mejor RRPP de la empresa organizadora del popular fetecún. Contando los días de fiestas (mi pulsera comenzaba ya a perder el color) y los pocos que dormí, este cuerpo mio hoy es un guiñapo. ¡¡Que rabia maricón!! Ya no me impone mi sombra como hace una semana, y los bíceps se me han quedado justo en la mitad de lo que fueron. Un putadón, vamos...Toda la rutina (y nunca mejor dicho) la he dejado junto a mis calorías en forma de agrio (pero contento) sudor en las pistas de baile de mi Barna adoptiva; sin hablar de mi tarjeta de crédito que temblorosa me ha negado el habla y, por descontado el crédito. Suerte que había hecho mi reserva en el nuevo Axel con tiempo de antelación sino me hubiese tocado vender este cuerpo, con lo que me ha costado... aunque por el Circuit no me lo hubiera pensado mucho...Bueno, una que no es rubia natural. Son sólo mechas...
Ahora toca remontar el vuelo. Trabajar duro, algún retoque estético. Viajar por trabajo. Me encantaaaa. Alguna raya cual línea discontinua para no perder la costumbre jurando desintoxicarme del todo, quedarme limpio... Siempre es un fracaso. Demasiadas malas influencias o demasiado débil. Allways demasiado. Me queda la satisfacción de haberles puesto vida a esas caras del facebook. Algunos se han convertidos en nuevos colegas con derecho a algo más que un roce, de esos con los que puedes ir a un evento de tales magnitudes y que perderlos no signifique nada. Todos hemos ido allí para perdernos, a hacer nuestra exhibición, nuestros quince minutos de fama, a ampliar nuestro círculo de amistades y dejándolo siempre entreabierto...
Tan abierto quise dejar mi círculo que en todas la fiestas los perdí. Y en esa es la cruda realidad apenas he ligado. Circuito agitado y para mí poco cancaneo. Entre los chill outs en aquel apartamento cerca de Sants, algún chungo que otro, los bajones que se me acumulaban, las obligadas cenas de compromiso donde cada mordico costaba la vida (imposible digerir con toda esa química en el body. Un día se me olvidó comer) y buscar locamente a mis nuevos amigos en cada local, el que quería sacarle el máximo partido a la noche (o sea este susodicho) fue el que menos le sacó.
Puede que me esté haciendo mayor. Mis nuevos objetivos se han convertido hoy día en cazar, vivir, volar. Ya apenas bailo. Dicen mis amigos de siempre que he cambiado de actitud...
Gilipolleces.
Cuando esto llega a mis oídos, saco de mi bolso Louis Vuitton un Lexatil y un smint y me hago un dos por uno, me peino el flequillo a la vez que me coloco los cascos de mi Iphone 4g, presiono el play y donde siempre me está esperando el CD del Circuit. El último, of course. ¿Es Free Radical Formation? Mmmmm.... no sé. Tampoco me importa demasiado siempre que el temazo que me envuelva tenga subidones... aunque creo que es Rebeca Brown... wow, síííí... Millenium.... ¿Donde estábamos? Ah si.... Lo único que quiero cuando me tocan la moral es que no pare la música, (Last night a dj saved my life) entonces me siento algo drogado, y escapo de la realidad con mi cabeza bien alta, ligero movimiento, engominado, sintiéndome lo más... Y hasta pienso (...) en las próximas va-ca-cio-nes, en aprovechar las horas del verano del 2011 y no buscar a nadie para ser bien hallado, en renovar el perfil del manhunt para tan señaladas fechas, en que Offer Nissim me firme una camiseta, en dónde pillar algo barato, en el Water Park y tres cambios de bañadores muy cool, en hormonas de crecimiento y una dieta más calórica, en no perder el vuelo de regreso... y sigo caminando altanero y altivo como si desde aquí pudiera llegar a Barcelona ajeno a los que no entienden que mi vida ahora es un circuito, con cables algo ajados que entre ellos se lían en una marchosa conexión... Whatever, Whatever...
¿Me entiendes?

Ufff.
Fue lo más haber hecho la reserva del hotel desde el invierno pasado. El nuevo Axel, más amplio, más rosa, máximo “confort” para unos días que ante todo tenían que ser con-for-ta-bles. Súper... De no ser así me hubiese sido imposible...


JAVIER BRAVO.
Barcelona, 16 de agosto de 2010.

miércoles, 28 de julio de 2010

“421 HORAS”




para R. H.

… en este viaje sólo se podía continuar viajando...
(Pura Vida. J. M. Mendiluce.)


Nos conocimos en una de esas macrofiestas que bien sabe montar Madrid para el Orgullo Gay. No iba con la intención de enrollarme con nadie aunque el ambiente que destilaba sexo, drogas y mucho house era propicio. ¿A quién no le gusta llevarse una alegría a la cama cuando no es tu ciudad la que te acoge? Iba con mi amigo Raúl Movida cuando, necesitado de tabaco, me acerque a la máquina y allí, cual mariana aparición apareció él. Dice que recuerda una luz amarilla maquillándome la cara procedente de la máquina de tabaco. Yo recuerdo la suya (también dorada) y cómo hizo que volteara la cabeza hacia él cuestionándome el poder de tan penetrante atención. Con un cigarrillo ya en los labios me perdí entre una humareda de biceps inflados y colocándome bailé.
Pero necesitaba aire.
Los cuerpos sudorosos y la testosterona mezclada con winstrol eran un excesivo cóctel para mí, que sólo quería disfrutar de la música y dar riendas sueltas a mi baile, sin tener que evitar tropezones o el anestesiado de turno que no encuentra el lugar ideal donde colocarse plantándose delante de ti, impertinando. Vislumbré un sitio perfecto: las escaleras, donde el hipervalorado aire se hacía sentir y, para qué engañarnos, donde también se podía seguir un control de las cinco mil personas que allí se despojaban a base de mover las caderas, yendo de un lado a otro como vacas sin cencerro y echando por tierra los quilos subidos en el gimnasio para tan sonada fiesta. Entonces me encontró. Sin quererlo sonó mi cencerro y esta vaca comenzó a pastar.
Una vez bien hallados duramos poco tiempo en La Riviera. Sabíamos que habíamos hecho una buena elección. Me despedí de Raulito y en un taxi emprendimos viaje al centro de Madrid.
Al llegar a su casa hablamos de muchos temas. No había premura. Desde un principio nos entendimos en un perfecto “espanglish”. Entre tantos clones él, que era bastante normalito, se convertía en la compañía perfecta, nos humedecían un mar de coincidencias. Entre tanta charla me sacó una careta de Comeme el coco negro, la misma que tengo en mi escritorio. Fue en ese instante cuando me dije que esta historia prometía, que sueño y realidad pueden ser la misma cosa y me prometí contárosla con casi todos sus minutos y señales.



Primero vivimos en la Calle Montera, luego nos trasladamos a Costanilla de los Capuchinos. Tuvimos una terraza preciosa cubanamente ambientada, aunque también con reminiscencias árabes y algo hippies. Cuando soñábamos venía a visitarnos nuestro dobergman pero nunca logró sacarnos de nuestra vigilia. Teníamos un estudio de grabación con aquella foto de Máximo Arroyo que tanto le gustaba, una biblioteca-escritorio donde yo tomaba el té con mis musas, y muchísimas plantas de maría algo camufladas. El olor siempre les delataba. Era consumo personal. Personal consumo éramos. Nos excitaba delinquir.
Pronto me vestí con su olor. Cierta fragancia derrochaba su testosterona que hacía que la mía se disparara y formaran una sensual mezcla. Me acostumbré a él, y ya no me pude despender. Supongo que a él le ocurrió lo mismo con mi sudor pues no paraba de oler mis camisetas, mis slips, mi nuca. Íbamos siempre bien maqueados con las costuras del otro, perfumados, cómplices de un juego olfativo que nos aletargaba mientras aspirábamos fuerte, llenando los pulmones de una sonrisa gaseosa que surgía siempre que nos hallábamos a muy pocos centímetros. Sus medidas se ajustaban a mi talle. Por esta razón nos intercambiábamos constantemente la ropa. Como el día y la noche comenzamos, vestidos a la par que desnudos, a mimetizarnos.
Fuimos uno, y también lo fue el camino por el que paseábamos encantados, seduciendo a cada paso.. Dicho sendero nos llevó a visitar varias exposiciones de Photo España, nos condujo al teatro, a dar largas caminatas por una colorida y calurosa Madrid de la cual no podía desatarme. Fuimos arrastrados por una marea que dentro se iba haciendo ola, sin compromisos ni planes. Por esta razón casi siempre nos abofeteaba el amanecer aun despiertos mientras nos deleitábamos con cualquier banal cosa que ya nos encargábamos en hacerla brutal. Brutal conexión que nos acompañó desde que nuestros ojos se cruzaron en medio de medio millar de dilatadas pupilas ávidas de complicidad. Un día me descubrí anudado de su mano. El también lo descubrió, y más tarde nos percatamos de que estábamos tejiendo un lazo de fuerte apariencia y mucha resistencia bordado a cada hora juntos. Su sonrisa era el buffet más ostentoso que pudo conocer el apetito mío. Era delicioso estar con él, y yo me estaba dando un atracón del mejor marisco, de ese que si se acaba encuentras explorando en su mar. Aprendí a bucear.
.Hicimos rutas gastronómicas; desayunamos muchas mañanas en el Vips; le presenté a mis padres pixelados; yo le vi correteando por las aceras de Portugal cuando era un crío; jugamos a la XBOX y aprendí a conducir con ella: un buen profesor, paciente copiloto y la mejor compañía para transitar callejuelas nuevas, esquivar bidones de gasolinas, pisar el acelerador con mimo y todo para llegar a tiempo antes de que el GAME OVER irrumpiera en la pantalla.
El juego continuó y comenzamos a hablar en plural. Los “deberíamos”, “podríamos”, “iremos” le dieron un buen empujón a los “me encantaría”. Teníamos que hacer un buen equipo, y como manos salvadoras que éramos sucumbimos a un pacto. Yo cocinaba, el hacía los porros. Y de esta manera, ataditos seguían corriendo los minutos. Yo comencé a entender El Señor de los Anillos de su mano. El comenzó a encender velas blancas pidiéndole a la suerte y yo a sonreír de la manera que él me enseñó: mostrando sin pudor mis grandes dientes. A mandíbula abierta se llenaron de luz nuestros ilusionadas horas que parecían no tener final. Alguien nos regaló un trébol de cuatro hojas.
Fui su distracción, él mi afrodisíaco. Imité su baile. Me vigiló el dormir. Le apoyé en su decisiva manía del café con leche en vaso. Hice mi primer cuscús. No nos extrañábamos ante el escape de algún eructo u otro gas. Vio mi rostro enfadado. Fuimos una máquina de sexo. Magistral sexo. Sin prisas y con muy pocas pausas. Compartimos secretos reales, y secretos de belleza. Le vi llorar y sonreír por dentro. Reímos mucho por fuera. Cazó alguna de mis lágrimas con sus dedos. Fui partícipe en varias ocasiones de su piel de gallina...
Nos hicimos aun más sensibles. Esa cualidad ya estaba innata en nosotros pero al estar juntos se multiplicaba. Era como si hacía un siglo yo hubiera conocido y adorado ya sus canas. Nada más lejos de la realidad.
La realidad era onírica a su lado. La realidad era que cada día se encendía más su belleza.
Un día se marchó y me dejó sólo. Apareció al cabo de cuatro horas con una canción para mí. Siempre había sido yo el que regalaba poemas y relatos. Era una extraña sensación a la que respondí con una completa mudez y total desconcierto aunque eufórica y silenciosamente contento y sorprendido. A él le cayeron dos poemas que rápidamente tradujo al inglés para digerirlos mejor. El poeta y el músico rimaban rimas consonantes. Pasión y timón. Y en clave de sol se inventaron una melodía llena de bienestar que cantaban sin abrir la boca mientras los pulmones se abrigaban de armonía. Nuestro arte nos unía aun más y el aliento que nos dábamos era una buena bocanada de aire para seguir volando. Otro día sus ojos se hicieron laguna cuando le regalé un Te quiero.
Y fabricándolos esquivábamos el fin. Algo en mí no quería abandonarle. Menos abandonarme a la mala suerte de no estar con él. Se convirtió en motivación, alegría, algo que masajeaba delicadamente una parte en mi, como un “fantasy men”.



Todo esto que he enumerado sólo ocurrió en un maratón de 421 horas. 17 días y medio con alas. Pero a pesar de ello nos dio tiempo para tambien disfrutar de los silencios.
A las 420 horas con 45 minutos, cuando yo emprendía mi viaje de vuelta (todo lo bueno se acaba) su eterna alegría se volvió gris. Nos juramos una cierta continuidad, pero la idea de separarnos después de hacernos tan sustancial compañía afeaba nuestros rostros. Era muy valioso lo que habíamos encontrado y ahora nos tocaba caminar por separados aunque con la satisfacción de saber que en cierta parte del mundo, y no muy lejos (gracias a Dios) había una posible alma gemela que sabía hacerte brillar. Se calentó el motor y el autobús marchó. Algo dentro de mi sonreía. A pesar de sus seriedad vi la sonrisa en él.
Al minuto 59 puse una mano abierta lentamente sobre el cristal, luego (emulando a un mimo) puse la otra. No era un sueño. Apreté mis labios y él, con su camisa de estrellas, hizo presente esa sonrisa. Se me cayó una lágrima al perderle de vista.
Pronto nos volveremos a ver.
Prometo aprovechar las horas, y solamente si batimos un récord (de la manera que sea. Me conozco), no podré reprimirme y os lo contaré.
Cierro esta historia con puntos suspensivos y los dedos cruzados.
Se que continuará....



JAVIER BRAVO.
Barcelona, 26 de julio de 2010.